21.4.06
23.
Podés estar en Buenos Aires, New York, Tel Aviv, La Paz, Bucarest o Tokio. Sin embargo entrás al lobby de un hotel cualquiera de una ciudad cualquiera y las fronteras, idiomas y culturas se mezclan de tal manera que hacen que todo se anule, se disuelva y se vuelva tan insípido que resulte imposible saber en qué parte del mundo se encuentra uno... Y ahí estaba yo, sentado en un sillón súper cómodo, hojeando una Der Spiegel luego de haberme aburrido con una edición del día anterior del Le Monde Diplomatique, poniéndome a tono con un martini preparado por Hitoshi, el camarero del cual ya me había hecho medio amigo, y esperando a la holandesa, la cual todavía no sabía el nombre, y Raf, que se había ido a Hiroshima con una japonesa, la cual había conocido por ahí.
La gente iba y venía. Pasaron por el lobby en menos de 5 minutos, unos ejecutivos gringos con sus pares japoneses riéndose, un equipo de fúbol, unas geishas con sus trajes típicos, un par de viejos con pinta de mafiosos con unas chiquillas orientales de pelo lacio, pollera muy corta y grandes escotes, y un grupito de jóvenes nórdicas. Reprimí mis instintos de perseguir a las chicas y en cambio me pedí algo de comer en el bar-restaurant. Ya eran las 9 pm en punto (lo constaté en el gran reloj a la entrada del bar), tenía hambre (no mucho) y seguía solo. Situaciónes que cambiarían en exactos 7 minutos: por empezar, se hicieron las 9:07. Luego el poco hambre que tenía se evaporó al ver unos bocados de vaya uno a saber qué y de color azul y en un plato muy bien decorado, eso sí, que me trajo el mozo. Y en seguida, cuando me estaba pidiendo una cerveza, vi entrar al bar a la holandesa.

roy

0 comentarios: