30.6.06
42.
Unas horas antes de llegar a nuestro destino el tren paró en una pequeña estación de un pequeño pueblo que jamás recordaré. Aunciaron que debían esperar unos vagones-cargo que tenían que llevar a Bombay. Tiempo mínimo de espera hasta que llegue el convoy, los enganchen y el tren esté listo para partir nuevamente: 2 horas. La mayoría del pasaje decidió quedarse y continuar con su vida dentro de los vagones. Obviamente, con lo inquieto que es, apenas el tren había dejado de moverse, Raf ya estaba caminando por los tablones del andén. Miré unos segundos por la ventanilla. Tal vez esa estación perdida en el medio de la selva o lo que sea que haya por ese lado, fue una linda aproximación a la India. Digo linda porque me sorprendió y me gustó no toparme de golpe con lo que uno supone de antemano acerca del país. En esa estación no habían cientos de gentes caminando en todas las direcciones, ni vendedores ambulantes sentados en el piso, ni vacas sueltas, ni taxis humanos. Detuve la vista en un pequeño banco de madera en un borde del andén, debajo del nombre de la estación. La imagen me gustó y busqué la cámara para fotografiarlo. Cerré el camarote con llave y bajé del tren.

roy
16.6.06
41.

Nunca hice un viaje en tren más largo. Tanto que juro que perdí la noción del tiempo. Nunca supe si fueron dos días o tres, tal vez una semana, o quizás doce horas solamente las que pasé arriba de ese maldito tren. Muchísima gente que subía y bajaba en cada estación, muchísima gente caminando por los pasillos ida y vuelta a todo momento. Comí, sí. Preparaban buenos platos en el vagón comedor. Descansé y dormité, también. Nuestro compartimento era muy cómodo. Y hablé, bastante. Los baños en estos trenes al parecer, son muy pocos (pero sorpresivamente muy limpios) y se junta gente en la puerta. Lo usual entonces es ponerse a conversar mientras se espera. ¿En qué idioma? Y, en el que venga. A decir verdad no viajamos en un tren "popular" sino más bien en uno que era casi de primera clase, y los pasajeros tenían un cierto nivel cultural que les permitía expresarse en inglés, algún otro idioma europeo, y chino o japonés. Entonces cada vez que se juntaba gente, ya sea en la misma cola para entrar al baño, o en los vagones para comer, o los de descanso, se armaban charlas interesantes. Bah... interesantes a medias. La mayoría de los que viajaban eran empresarios que volvian a la India o ingleses negociantes. Pero sí se ponían atractivas las charlas con los rusos millonarios que iban de expedición por el Himalaya, o algún que otro oriental veterano de mil guerras. Historias, miles. No voy a contar todas... Sin embargo, una de esas historias es la que más me interesó. Mejor dicho, dos. Dos historias. Tal vez porque ra la primera vez que enfrentaba con personas de esa profesión. Resulta que mis nuevas amiguitas, las dos gringas con las que viajamos, eran bailarinas desnudistas y hacía un año y medio que habían incursionado en el maravilloso mundo de la industria del entretenimiento para adultos. Sí. Eran actrices porno.

roy