2.5.06
29.
Poco más de una semana y ya me puse nostálgico. Raro en mí, que no soy muy apegado a la rutina (digamos que casi nada), ni afecto a quedarme en un solo lugar... Tal vez porque el hecho de estar de este lado del mundo se parezca más a estar en otro planeta. No sé. El idioma. Los ojos rasgados. Me pregunto si no deberíamos haber empezado por Uruguay en vez de las antípodas. Digo, para aclimatarnos un poco... Así, de golpe, es muy fuerte. Todo. El choque cultural, como suelen decirle. Sin embargo, a randes rasgos, es casi lo mismo. Lo que te da vueltas es lo otro. Lo pequeño, lo infinito. Y todo es tan distinto, que ya no sabés si es igual...
Son las seis de la tarde. Y lo sé por el reloj despertador que escupe segundos digitales de color rojo y los proyecta en las cuatro paredes. Es la única luz dentro de la habitación del hotel en Shangai. Hace muchas horas que cerré las cortinas y no las volví a abrir. Podrían ser las cuatro a.m., o las 11:37 de la noche. Da lo mismo, pero sé que no. El maldito reloj despertador me dice que ya asó un minuto de las dieciocho. Y sigo acá. Tirado en una inmensa y cómoda cama vacía. Shangai me da miedo. Y me intriga. Tal vez justamente por eso. O al revés. Me da miedo porque me intriga o me intriga porque me da miedo? Hace más de un día que no me decido. Creo que cuando lo sepa, saldré. No sé...

roy.

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