14.8.09
61.

Mosteká estaba llena de gente, como casi todos los días. Especialmente los domingos, miles y miles de turistas caminan por sobre los adoquines de la peatonal con comida en una mano, mapa de la ciudad en la otra, cámara de fotos colgada al cuello y mochila en la espalda. Y obviamente haciendo mucho ruido, razón por la cuál nunca pude dormir hasta tarde ni un solo día desde mi llegada.

Ese domingo a las 10 AM ya estaba esquivando contingentes de orientales y chocándome con parejas de ancianas alemanas y golpeando esas mochilas grandotas que los estadounidenses se empeñan en llevar a todos lados en lugar de dejarlas en el hostel. Había quedado en encontrarme con Tereza en el Metrónomo, ese péndulo gigante contruido a principios de los 90s en el lugar donde se eregía una monumental estatua de Stalin. Elegí ese lugar por un par de razones, pero principalmente porque nunca lo había visitado. El Metrónomo está un poco alejado del centro, en una plaza seca pero rodeado de árboles, mucho verde y con una linda vista de la ciudad. La idea era charlar un poco, arreglar cómo hacer para dejarle las llaves a Tereza, pues al otro día a la noche ya estaría en viaje a Budapest, y de paso almorzar, pasear, dominguear.

Linda sorpresa me llevé cuando al llegar al lugar me encontré con decenas de skaters haciendo piruetas no sólo sobre el cemento, alrededor de la base piramidal del péndulo, sino también en las escaleras, rampas y cuanto espacio de concreto haya disponible.

Alcancé a ver a Tereza subiendo desde la otra punta. Fui a su encuentro, nos saludamos, hice un par de fotos, y bajamos por el otro lado hacia el parque Letenské Sady, para estar un poco más tranquilos.

Roy

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